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La Casa Blanca sabe cuál es el punto más vulnerable del régimen de Nicolás Maduro, que se inició a la muerte de Hugo Chávez en el 2013, y por esa razón no deja de ejercer la presión más letal en estos momentos en el sistema internacional: la económica. A Washington le ha dado buenos resultados en los últimos años. Veamos: primero fue Rusia, que recibió una andanada de sanciones luego de anexar, gracias a su enorme poder regional, la península ucraniana de Crimea, célebre por realizarse allí la histórica conferencia de Yalta al terminar la Segunda Guerra Mundial -del 4 al 11 de febrero de 1945- entre Joseph Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt, como jefes de gobierno de la entonces URSS, del Reino Unido y de Estados Unidos, respectivamente; luego le tocó a Irán, que no tuvo más remedio que negociar un programa nuclear con el Consejo de Seguridad más Alemania, y últimamente Corea del Norte, que, como Venezuela, ha venido recibiendo una importante cantidad de sanciones por parte de Washington, llevando al propio Kim Jong-un a mostrarse insólitamente dócil con el objeto de lograr un arreglo pacífico. El presidente Trump sabe que ajustando a la Venezuela madurista no habrá nadie entre sus filas que lo resista por siempre, y sabe, además, que tarde o temprano terminarán cediendo, como corresponde en el realismo político de las Relaciones Internacionales. El más vulnerable de todos los actores internacionales referidos es el mismísimo Nicolás Maduro, y con él su círculo corrupto y despótico más cercano. Las sanciones de EE.UU. no se han detenido. Maduro a estas alturas está cada vez con menos ideas para enderezar el desastre económico al que ha llevado a su país. El dictador venezolano acaba de crear el petro para compensar la debacle económica y la situación de violencia estructural a la que ha llevado a la nación llanera. Nada es para siempre y Washington asume que la única manera de que caiga Maduro es ajustándolo sin detenerse.