Los pasos que dan los países democráticos en contra de la dictadura de Nicolás Maduro resultan pertinentes para el difícil momento que vive Venezuela. El canciller Ricardo Luna no ha descartado romper relaciones. Es lo que corresponde. El Gobierno no puede permitir un minuto más aquí a los chavistas que trabajan, bajo las órdenes del impresentable de Diego Molero, con propósitos antidemocráticos y cargándose hasta hoy más de 120 muertos desde que iniciaron las protestas.

Molero, el mismo que quiso denunciarme por cubrir la crisis venezolana en la puerta de la Embajada, fue el primer oficial en poseer el grado de almirante en jefe de la dictadura. Es uno de los más rabiosos defensores del “madurismo”. Su presencia avergüenza. La reunión de cancilleres del martes 8 debe concluir en que todos los países expulsen a las delegaciones chavistas. Luna debe llevar esa propuesta con la decisión peruana tomada. Ha hecho bien Macri en anunciar que a Maduro se le retira la Orden del General San Martín, por la violación sistemática de su gobierno a los derechos humanos.

Todos estos gestos, que en política suman y mucho, deben ser consecuentes a la reciente revelación desde México de la conexión de los cárteles del narcotráfico con la dictadura. Maduro ha sentido el golpe y ha retrasado la ceremonia con sus constituyentes, luego de que la empresa Smartmatic confirmara la grosera manipulación de los votos del domingo.

Un fraude descomunal, más los crímenes, el hambre, la dictadura, el narcotráfico, y aquí la izquierda defiende a Maduro. Su inexorable caída será, también, la caída de Dammert y compañía.