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Lo vi en una película, una historia de ficción. Ocurre en un convento, con monjas, novicias, escuela, niños y un cura pervertido. Llega a oídos de la madre superiora la conducta del sacerdote, investiga, tiene la certeza de que el cura ha abusado de dos niños del colegio, que ni ellos ni sus padres se atreven a denunciar. Entonces, decide enfrentarlo y simula tener las pruebas para denunciarlo. El cura no opone resistencia; sabiéndose culpable, decide irse del convento. La estrategia de la monja es descubierta por una de las novicias: - Pero usted, madre, ha pecado, porque ha mentido, ha montado una treta para hacer caer al cura. - Mira, hija -le responde la madre superiora- cuando tienes que limpiar la suciedad, es inevitable que debas ensuciarte las manos.

La historia viene a cuento de la santificación de la Madre Teresa de Calcuta, y de quienes han actualizado cuestionamientos ya conocidos de sus supuestos pecados. Quienes así se sorprenden quizá no han entendido bien de qué estamos hablando porque, en este caso, por el contrario, la imperfección humana hace más admirable su santidad. Tal vez hayan exagerado las expectativas de pureza de una mujer tan débil como el común de los humanos. Por el contrario, reconocer a Teresa de Calcuta como una santa mujer es decirle al resto de pecadores que la santidad no está tan lejos como elevados están los altares. La búsqueda de la perfección inmaculada en la conducta humana podría convertirse en un pecado. Qué bueno que la santa Teresa haya sido también una pecadora que ha hecho tanto por la humanidad. Eso de querer ser más papistas que el Papa.

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