Hoy se cumplen 50 años del brutal golpe de Estado que dio en Chile Augusto Pinochet en contra del gobierno de Salvador Allende, un comunista rabioso y jurásico que había llevado el país del sur al desastre económico y social, y era aliado de terroristas y asesinos como Fidel Castro. Sin embargo, tan condenable como eso fue la violenta acción llevada a cabo por las Fuerzas Armadas contra el régimen instalado en La Moneda, y más aún si se tiene en cuenta la cantidad de asesinados y desaparecidos que hubo tras la captura del poder.

Esta fecha sin duda servirá para que desde el lado de la izquierda se rindan homenaje a Allende y los fallecidos, y para condenar a Pinochet. Perfecto. Sin embargo, esos mismos camaradas que marchan por las calles y repudian la dictadura del impresentable general chileno, aplauden hasta hoy a las tiranías de Cuba, Venezuela, Nicaragua y cualquier otra, siempre y cuando el régimen vaya de acuerdo con su ideología, sin tener en cuenta que un gobierno ilegítimo debe ser rechazado, sea cual sea su tendencia.

No hay dictador bueno, ni dictador malo. No se puede rechazar a Pinochet y el bombardeo a La Moneda con Allende adentro, y al mismo tiempo aplaudir a los hermanos Castro, a su sucesor Miguel Díaz Canel, o ir a abrazar a Nicolás Maduro o a Daniel Ortega. Es risible llorar por los asesinados y desaparecidos en el Estadio Nacional de Santiago, mientras se tiene como ídolo a ese gran rey de los fusilamientos como lo fue el médico argentino Ernesto Guevara, conocido en la historia con el alias de “Che”.

En el Perú, nuestros rojos criollos no pueden salir a condenar a la dictadura de Pinochet y sus crímenes, si luego defienden a Víctor Polay o a la “camarada Vilma”, o sacan cara por un golpista como Pedro Castillo, quien dio una pateadura a la Constitución para asumir poderes absolutos. Otra cosa es que el peruano, un ser tan patético y limitado en todo sentido, no haya tenido éxito al haberse rodeado solo de tres o cuatro personas que ahora tendrán que asumir su responsabilidad ante la ley.

Cualquier dictadura debe ser condenada. Acá no cabe rechazar solo a las que no son de izquierda porque no me gustan. Las víctimas de Pinochet son tan dolorosas y merecen ser resarcidas como las Hugo Chávez, Maduro y Ortega. Un poco de coherencia no vendría mal a quienes hoy criticarán al asesino chileno, pero luego se darán media vuelta, levantarán el puño y afirmarán que Cuba y Venezuela son un paraíso, aunque todos quieran largarse de allí aún bajo el riesgo de perder la vida.