Sabemos que el bienestar y la alegría de vivir tienen que ver con nuestra capacidad de vivir en el presente. Conectados al aquí y al ahora. Desde la psicología positiva, a este estado se le llama “flujo”. Este conocimiento es, en realidad, ancestral. Las filosofías orientales, así como el misticismo cristiano nos hablan del poder transformador de la meditación u oración. No importa el nombre que le pongamos, la lengua que usemos o los símbolos que invoquemos. A través de la meditación, aprendemos a ser, cada vez, más auténticamente nosotros mismos.

Mi padre conoce el poder de la meditación y de la relajación, y por ello, me enseñó algunos ejercicios desde muy niña. A pesar de tener esta experiencia, de adulta sentía que no podía meditar o relajarme. Que la velocidad de la vida actual me lo impedía. Sin embargo, hace un tiempo vengo usando con mucho éxito una aplicación de meditación. Al ser meditaciones guiadas, de diferentes duraciones, estoy pudiendo desarrollar una práctica constante. Siento cómo, cada día, mi mente tiene más claridad y calma.

Meditar es simplemente traer la atención de la mente, cuerpo y espíritu al ahora. Es la misma habilidad que necesitamos desarrollar para concentrarnos. Entonces, ¿por qué no integramos los conceptos de meditación activamente al aprendizaje? En la escuela les decimos a los niños “concéntrate”, muchas veces sin éxito. En vez de ello, podríamos decir “¿Cómo te sientes? ¿Qué estás pensando?” Y escucharlos. Luego, enseñarles, de forma práctica a dejar pasar todos los pensamientos que no tengan que ver con lo que estamos haciendo en clase, conectando con su respiración y con el ahora. Si enfocamos el aprendizaje de manera más amplia, como un proceso de “aprender a ser”, en vez de aprender algo, volvemos a integrar todos nuestros aspectos; conectando emoción, razón, intención y acción. Siento que el éxito está garantizado.

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