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México sigue violento y todo parece indicar que nada detendrá los ríos de sangre en el país, particularmente en la zona de la frontera norte con EE.UU. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha cumplido su primer año de mandato y ha sido incapaz de erradicar la violencia. La muerte de 21 personas en las últimas 36 horas, como consecuencia del impacto del narcotráfico, vuelve a enlutar al país, que parece estar acostumbrándose a la desgracia como regla, dado el altísimo nivel de violencia registrando cerca de tres mil muertos al mes. Es verdad que no es una tarea exclusiva del mandatario y que imputarle toda la responsabilidad es injusto, pero también lo es que la autoridad política si acaso no tiene claro lo que debe hacer para mitigar o erradicar la violencia, México podría convertirse en poco tiempo en un narcoestado tomado por los cárteles de la droga, que hace rato buscan apoderarse del país.

Con lo anterior, el gobierno ha ensayado un mecanismo para combatir la delincuencia y la violencia urbana creando la híbrida Guardia Nacional, que no es un cuerpo militar pero tampoco policial. Sin resultados que mostrar, esta novísima experiencia coactiva y coercitiva no ha podido corregir la grave situación social, en un país que está ubicado entre los 10 más violentos del mundo. Estos reportes no forman parte de la historia mexicana, que vivió una época de muerte durante el periodo de la Revolución entre 1910 y 1920. La gente está pensando dos veces viajar a México, un país turísticamente poderoso. Las promesas para acabar con la espiral de violencia son letra muerta y, lamentablemente, ese clima imperará mientras ninguna autoridad se peche para conseguir erradicarla en una nación de 127.5 millones de habitantes. México -repito- no es un narcoestado, pero la persistencia de los cárteles de la droga eso es lo que quieren que sea y, para lograr el objetivo, se valen de la corrupción en los niveles claves de la administración azteca. Los países de la región, entonces, deben evaluar y reflexionar acerca del frente interno mexicano para dictar medidas solidarias que coadyuven, desde sus soberanías, con el gobierno de ese país en la idea de calmarlo por lo menos en lo inmediato.