Es una paradoja lo que le está pasando a Europa. En el pasado la gente huía del Viejo Continente por las dos guerras mundiales y ahora todos quieren ingresar como sea y a cualquier precio en su territorio, escapando de la barbarie que impera en sus países.

Antes como ahora, la razón principal del desesperado desplazamiento humano ha sido los conflictos armados. Por tanto, las autoridades europeas que no han podido solucionar el problema, ahora que se van a reunir en pocos días para establecer porcentajes de cuotas de recepción entre los 28 países de la UE, no deben perder de vista que el drama de los migrantes ya constituye un asunto propio del derecho internacional de los refugiados y que en ese enfoque, hay niveles de responsabilidad internacional que no pueden eludir.

Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, en lo que va del año son más de 300,000 personas desplazadas desde sus países de origen, en su gran mayoría de Siria -unos 200,000 mil que huyen de las atrocidades del Estado Islámico-, de Afganistán, donde cunde la violencia política extrema, y de Eritrea, cerca del peligrosísimo cuerno africano, de donde escapan para no vivir como esclavos. Europa no puede ser indiferente. Mientras el drama migratorio ha cobrado más de 2500 muertos, los traficantes obtienen ganancias que llegan a 650 millones de dólares anuales.

Es verdad que el desgraciado cuadro del niño encontrado ahogado en las costas turcas está acelerando la reacción europea con Alemania a la cabeza; sin embargo, combatiendo la xenofobia y con políticas de tolerancia y comprensión centradas en el enfoque humanitario, el problema podrá ser mitigado. 

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