La historia de las tiranías se repite una y otra vez a lo largo del tiempo. No hay nada nuevo bajo el sol. La naturaleza humana practica las mismas virtudes y cae en los mismos vicios desde que existimos sobre la faz de la tierra. Sin embargo, nunca deja de sorprenderme el temple, la valentía y el buen humor de Tomás Moro cuando tuvo que enfrentarse al peligro de un rey tirano.
Moro lo había sido todo en la Inglaterra de su tiempo: abogado famoso, erudito admirado por toda Europa, humanista de fuste, Canciller del reino, político sagaz, diplomático de tacto y visión. Moro era un primer espada reconocido por todos, admirado por todos, aplaudido por todos. Y entonces llegó la tiranía. La resistencia de Moro a lo que sucedió durante el despotismo de Enrique VIII nos ha dejado lecciones que no debemos olvidar.
El Derecho es una de las últimas barreras contra el poder sin frenos ni contrapesos. Moro, hasta dónde pudo, utilizó el derecho para defenderse. El martirio de Moro fue injusto, ilegal e ilegítimo. Su defensa jurídica dejó en claro a todo el mundo que Enrique VIII era un tirano de cuidado. Pero Moro hizo más.
Legó a la historia un ejemplo de cómo resistir ante la tiranía cuando el Derecho ha sido vulnerado. Para eso es imprescindible tener la cabeza fría, convencer a los demás con el ejemplo y ser consciente de la maldad esencial de toda dictadura. Y tener mucha paciencia porque los tiranos llegan para quedarse. La fortaleza de espíritu es vital para enfrentarlos. Ninguna dictadura, por más popular que sea, durará para siempre. En cambio, los hombres como Tomás Moro viven para siempre.