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Esta vez he percibido de manera tangible la coexistencia de dos Perú a la vez, en dos dimensiones simultáneas, en dos mundos paralelos, pero radicalmente opuestos. El Perú que organizó los Juegos Panamericanos, ese que ha sido elogiado por todos los países visitantes, ese que les ha puesto la valla muy alta a los juegos de Santiago 2023. Es el mundo del deporte frente al mundo de la política. Es como si encarnáramos La Divina Comedia de Dante Alighieri, donde subsisten los círculos virtuosos donde Dante espera encontrar a Beatriz mientras que en los círculos inferiores, el fuego acompaña los pestilentes humos del azufre entre cloacas y cuerpos y mentes enfermas. Cómo pudiéramos borrar de un plumazo este segundo mundo para quedarnos con todas las virtudes que acompañan al deportista: tenacidad, esfuerzo, persistencia, juego limpio, alegría, solidaridad. No se crea que los Panamericanos solo son el resultado de gente joven y deportista. En la organización ha participado mucha gente de todas las edades, de toda procedencia social, de distintos niveles de educación. Han sido miles de voluntarios los que le han dado un clima de amabilidad a los visitantes. No suscribiré la tontera de “Carlos Neuhaus a la Presidencia”, que presidir los juegos deportivos no es lo mismo que presidir un país. Pero sí hemos constatado que en el Perú hay gente que hace las cosas bien, con resultados excelentes y sin que surja la sospecha de que se han metido el dinero al bolsillo, les han sacado coimas a los contratistas o han revendido las entradas. Por qué esta dicotomía tan radical si somos un mismo país, en un mismo territorio, con la misma historia. Es tan simple el asunto que estamos divididos entre gente llevada por el bien y otra llevada por el mal, y que la política solo atrae a estos últimos. La lección que nos ha dejado estos juegos deportivos es que sí tenemos materia prima para hacer un gran país; seleccionemos a la gente como si fuéramos a organizar otros Panamericanos.