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Antes de escribir estas líneas pasé por una barbería en Huancayo. Grande fue mi sorpresa al ver que solo una persona estaba atendiendo. “¿Y el resto?”, le pregunté a Steve, un joven limeño que es propietario del local. “Los demás muchachos no han venido. Les dije que se queden en sus casas por seguridad. Ayer llegaron algunas personas furiosas al local y hasta los amenazaron. No es justo que por uno paguen todos”, me respondió. Evidentemente, cuando hablaba de los muchachos se refería a dos venezolanos, a quienes conozco desde hace algún tiempo y puedo dar fe que son trabajadores, honestos y vinieron al Perú para sacar a sus familias adelante y forjarse un mejor futuro al que tenían en su país, destruido por el chavismo”

Por eso me apena lo ocurrido el último lunes en Huancayo. Algunos vecinos incurrieron en el abusivo sistema de culpar a todo venezolano del asesinato de un anciano y se deslizaron por la barranca de la violencia para aplicar toda su furia contra los llaneros afincados en algunos barrios de la Incontrastable. La emprendieron contra gente que solo trata de sobrevivir aquí haciendo las cosas bien.

Ante esta situación, esperamos las palabras conceptuosas y mesuradas de las autoridades y no las incendiarias, como hace algún tiempo lanzó el alcalde de Huancayo. Hay que pasar de un foco de confrontación a uno de acción colectiva y rescatar lo mejor de todos para convivir en paz.

Además, ante la incapacidad del Gobierno para abordar la crisis de los migrantes se necesita urgente un plan global para solucionar este problema. Por ejemplo, es evidente que no hubo un control mínimo para el ingreso de extranjeros.

Sin embargo, nada justifica el grito, el tono iracundo, la intolerancia y los desmanes contra los venezolanos en general. Aplicar lo peor de uno para enfrentar amenazas reales o imaginarias es lo más dañino para nuestra sociedad en estos momentos.