El Gran Corso, como se solía llamar a Napoleón Bonaparte, que llegó a ostentar un poder extraordinario en la Europa de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, luego de experimentar su mayor derrota militar y con ella, política, en la histórica batalla de Waterloo, cuando se enfrentaron sus ejército franceses contra las tropas británicas, holandesas y alemanas al mando del famoso duque de Wellington y las del ejército de Prusia conducidas por el mariscal Gebhard Leberecht von Blücher, fue vencido. Todo sucedió en la sencilla localidad de Waterloo, Bélgica, hace 206. Napoleón hizo todo al revés.
El esfuerzo de la Revolución Francesa había acabado con el absolutismo del denominado Antiguo Régimen. Sus ansias de poder no tenían límites. Llegó a integrar un triunvirato (tres cónsules), que no le importó en lo más mínimo y prontamente terminó autoproclamándose Emperador de Francia. Los Estados Europeos fueron neutralizados por el poder de Bonaparte que los conquistó o hizo doblegar, rápidamente.
Estos mismos Estados, luego concretarían la mayor conspiración para derrotar a Napoleón y reunidos en el famoso Congreso de Viena decidieron acabarlo. Bonaparte sabía que su cabeza tenía precio, aunque su caída no fue nada fácil. Vencido en una primera ocasión, fue enviado preso a la isla Elba, al sur de Italia, pero escapó al poco tiempo para promover los denominados Cien Días de Napoleón.
Una vez más, fue vencido y recluido para siempre en la recóndita isla Santa Elena, a 2800 kilómetros de la costa de Angola, en la zona atlántica africana, a donde fue enviado preso un día como hoy, 15 de octubre de 1815, donde murió sin libertad, irónicamente, en mayo de 1821. En verdad, sus enemigos, debían asegurarse de que el hombre que había trastocado el tablero geopolítico europeo y de la política internacional de inicios del siglo XIX, no debía erigirse por ninguna circunstancia como una reiterada amenaza, Sus restos descansan en París, en el Panteón de los Inválidos. Desaparecido este genio militar y político francés, en Europa fueron restablecidas algunas monarquías, pero Napoleón ya había dejado el sello de su paso, como sucedió con el derecho.