La Navidad es la fiesta religiosa más universal de la humanidad. Su celebración, que recuerda el nacimiento del Mesías conforme la tradición de la Iglesia primitiva o de los primeros tiempos, alcanzó notoriedad luego de que el emperador Constantino durante el siglo III oficializara al cristianismo como religión del Imperio romano. Había sido un triunfo de la segunda religión monoteísta en aparecer en el mundo -el judaísmo fue la primera-, pues sus creyentes superaron los estragos de la persecución sobreviviendo en catacumbas que la Roma pagana anterior no aceptaba. La Navidad cobró vida durante el Medioevo como nunca en la historia de la Iglesia. La fe fue la regla de la convivencia internacional que enseñó San Agustín de Hipona (354-430 d.C.), uno de los dos padres de la Iglesia más trascendentes en aparecer en esos tiempos -el otro fue Santo Tomás de Aquino (1225-1274)-. Los conflictos impactaron en el mundo motivando las guerras de las Cruzadas que marcaron un episodio violento en la comunidad internacional enfrentándose al proselitismo islámico, luego de que los seguidores de Mahoma emprendieran las guerras de conquistas religiosas por todo el norte africano y la península ibérica, hasta tomar el Santo Sepulcro de Jerusalén por los turcos otomanos de Mahomet II tiempos después. Ahora, en pleno siglo XXI seguimos celebrando la Navidad, también en medio del conflicto accionado por el fundamentalismo extremista que ha desnaturalizado el islam enfrentándose a occidente, tal como en la Edad Media. Con todo eso, la Navidad es una ocasión para la tregua en medio de la guerra, pero debería serla para la paz permanente.

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