Las últimas deserciones congresales dieron como resultado que la segunda fuerza más numerosa del pleno sean los representantes “no agrupados”. Se trata de congresistas que prefieren estar solos antes que mal acompañados, que pasaron de una bancada a otra aludiendo objeción de conciencia (léase: transfuguismo) o expectorados de su partido por grave inconducta o deslealtad. Los congresistas “no agrupados” tampoco comparten afinidades ideológicas que los distingan del resto de bancadas. La gravedad es que su elevado número en el pleno reposa en una acelerada descomposición parlamentaria en varias bancadas y, fuera de ellas, un importante grupo de congresistas que no son la segunda fuerza política sino sólo la suma de disidentes de sus partidos de origen.El problema de fondo es que las demás bancadas deberán recurrir a los “no agrupados” cada vez que deseen aprobar un proyecto de ley o tomar una decisión con mayoría absoluta o calificada. Son congresistas que no están juntos ni revueltos, pero sí cuentan en el pleno a la hora de votar y exigir sus condiciones personales. Unos podrán apoyar desde fuera a su bancada de origen por sus coincidencias políticas, otros ejercerán su voto sin una clara predictibilidad. Se trata de un nuevo efecto perverso causado por la no reelección inmediata de parlamentarios; es decir, a la falta de trayectoria política, disciplina y cohesión interna ahora se suma el elevado número de deserciones en el hemiciclo. De no corregirse a tiempo este problema, el deterioro institucional se agravará en cada elección congresal y será peor a falta de partidos organizados con arraigo territorial.

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