La Organización de las Naciones Unidas - ONU, celebra hoy, 12 de junio, el Día Mundial de la lucha contra el Trabajo Infantil. Los niños jamás deberían trabajar pero lo hacen. A la inesperada muerte de mi padre (45 años), tenía solo 12 años de edad, con mis 7 hermanos y nuestra madre sabia, debimos hacerlo. Nadie que fuera parte de los pobres de la generación de los ochenta -la década perdida- podía darse el lujo de no hacerlo. Esa realidad, aunque insospechada y dura -para mí siempre feliz a pesar de las carencias-, que nos hizo tempranamente maduros, restándonos, eso sí, tiempo para el juego y la fantasía, es un cuadro que sigue repitiéndose dentro y fuera del país. De hecho, uno de cada diez de todos los niños del mundo, trabajan. Esta es una realidad dramática y deplorable que los Estados no han podido cambiar a pesar de los numerosos planes gubernamentales y hasta de los apoyos del sector privado. Los niños constituyen el grupo humano más indefenso y vulnerable de la sociedad y por esa razón su protección por el derecho interno y el derecho internacional, se convierte en una exigencia, aun cuando, hay que decirlo, lo que más existe son normas jurídicas en su favor, como los convenios de La Haya sobre los niños de 1980, 1993 y 1996, de los que el Perú es firmante, u otros como la Declaración de Derechos de los Niños y Adolescentes de la ONU, del 20 de noviembre de 1959, que establece que el niño por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidados especiales, e incluso la protección legal, tanto antes como después del nacimiento. Junto a ello, la Organización Internacional del Trabajo - OIT, ha emitido regularmente importantes resoluciones contra el trabajo infantil. Recordemos que en el mundo hay más de 2,200 millones de niños -somos cerca de 7,600 millones de habitantes en el planeta-, y de ellos, 1000 se encuentran en la condición de pobreza. Por la pandemia del Covid-19, ahora hay más niños en condición marginal. En el Perú representan casi un tercio de la población total, llegando a los 9,6 millones. Nuestros gobernantes y los padres de familia, tienen el deber de asegurar que su mundo sea el juego y el estudio: es su derecho inmanente y superior, y es lo que corresponde a esa hermosa e irrepetible mágica etapa de la vida.