La única posibilidad que explique coherentemente de que el flamante canciller del Perú, Oscar Maúrtua, haya aceptado la cartera de RR.EE., es que el presidente de la República, Pedro Castillo, con la sensatez que corresponde al momento político del país y mirando las cosas con más calma, en el marco del verdadero realismo político que debe imponerse para la política exterior del Perú, haya terminado aceptando la propuesta de Maúrtua, de que no habrá ningún giro radical en la dirección de nuestra política internacional sobre Venezuela, Nicaragua y Cuba, naciones sobre las cuales, el enfoque de nuestra proyección externa, mantendrá de manera incólume, la posición principista que Maúrtua aprendió del emblemático canciller, Raúl Porras Barrenechea, en el marco de la VII Reunión de Cancilleres de la OEA, en San José de Costa Rica, en 1960, en que el eminente historiador nacional legó a la diplomacia peruana, jamás torciendo en sus valores democráticos y de respeto pétreo del derecho internacional, defender -a contracorriente del propio presidente Manuel Prado Ugarteche-, el principio de No intervención sobre Cuba cuando EE.UU. buscaba que La Habana fuera suspendida de la OEA, luego de que Fidel Castro declaró comunista al país. Como sabemos, Porras, luego de su memorable discurso en La Meca del derecho panamericano, volvió a Lima -nadie de Torre Tagle fue a recibirlo al aeropuerto-, enseguida renunció, y despachando desde su casa de Miraflores, hoy Museo e Instituto que lleva su nombre, y regentado por San Marcos, pocas semanas después murió. Debe ser relievada su aceptación del alto cargo de Estado para un legítimo gobierno de izquierda, para preservar el enfoque que Torre Tagle siempre ha tenido sobre V,N y C, y que para la diplomacia peruana, es política de Estado. Por la conocida postura de Maúrtua, estoy seguro de que el G-Lima será vigorizado, y el Foro de Sao Paulo y el G-Puebla, neutralizados.