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Estos días deberían hacernos reflexionar, y muy en serio, sobre si estamos haciendo las cosas bien cuando se habla de violencia contra la mujer. Es decir, si de verdad esta lucha es en defensa de todas las maltratadas, o solo de las que me caen bien, o que sirven para discursear sobre supuestos principios que alentamos. Penosamente, en los casos de la fujimorista Maritza García y del antifujimorista Rafo León, ambos con repulsivas agresiones a mujeres, se antepusieron las etiquetas antes que la unánime condena a lo que la fuji y el anti desparramaron. La congresista García, como no quedaba de otra, dejó de presidir la comisión de la Mujer. Sin embargo, al dimitir, dijo que entendieron mal lo de los agresores sanos y lo de las mujeres dando la oportunidad para que las maten. El tiempo me dará la razón, sentenció, sin percatarse de que su ignorancia ofende.

Penosa soberbia, tan igual a la de León y de la revista que publicó sus insultos, bajo el manto de una ficción, aprovechando la ola para poner en portada al álter ego del dichoso anti. Sin una sola disculpa, arguyeron persecución y mordaza tras la patinada del presidente del Congreso quien, defendiendo a sus colegas agraviadas, amenazó con un boicot publicitario. La mala afrenta de Galarreta no convierte al plumífero agresor en víctima ni a la revista en una trinchera democrática.

No es broma: la lucha contra el maltrato hacia las mujeres ha sido arrastrada por fujis y antis. Ninguno se enfrenta de verdad al feminicidio ni a las agresiones, a menos que toquen a una de las suyas. No hay quién te defienda de verdad, chola; yo sé que tú me entiendes.