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En unos pocos meses, el país entero irá nuevamente a las urnas para elegir autoridades locales y regionales. Es nuestra primera elección después del destape de “Lava Jato” y, lejos de haber aprendido algo, parece que caeremos nuevamente en los mismos errores de siempre.

Los candidatos que empiezan a aparecer no convencen. La mayoría son candidatos de partidos conocidos, pero más que militantes de estas agrupaciones, son políticos invitados a encabezar las listas. Esto nos podría indicar que la mayoría de los candidatos se presentan a estas elecciones por un proyecto más bien personal que para sumarse a una ideología o visión de país, lo que se puede notar en algunos interesantes casos de alcaldes que presentan a sus hijos, o que se presentan ellos mismos a otras alcaldías.

Si esto es cierto y los intereses personales son lo que marcarán las agendas municipales y regionales de nuestro país, estamos destinados nuevamente a malas gestiones y actos de corrupción. Estamos claros de que los partidos políticos han demostrado con creces tener filtros muy deficientes al elegir a sus candidatos.

Para los electores, las opciones serán muchas, pero en general muy poco atractivas. Como la votación es obligatoria, acudirán a las urnas para elegir al que consideren el menos malo o aquel que haya hecho las promesas que los favorezcan de manera personal, aunque en el fondo sepan que las posibilidades de que las cumplan son pocas. No debería entonces volver a sorprendernos que las buenas gestiones sean excepcionales y que nuevamente la cobertura mediática esté llena de nuevos casos de corrupción.

A estas alturas, nada podemos hacer los ciudadanos para cambiar a los candidatos que nos proponen, pero lo que sería absolutamente imprescindible es que hagamos un esfuerzo por votar informados y a conciencia. Busquemos entregar la responsabilidad a quien consideremos más adecuado o votar en blanco si creemos que nadie cumple con nuestras expectativas. Si todos hacemos nuestro trabajo, es posible que tengamos una oportunidad de empezar a cambiar cosas en nuestro país. No podemos dejar la responsabilidad a los partidos, ni a los políticos, y menos aún a nuestra apatía. Esto es lo que en gran parte nos ha llevado a la precariedad institucional en la que vivimos y que parece que no queremos abandonar.