Con el pasar de las horas aparecen nuevos testimonios sobre la actividad pastoral que el ahora papa León XIV desempeñó durante los casi 40 años que vivió en el Perú. Salvo algunas denuncias falsas, ya desmentidas como intentos de desestabilización, queda claro que el sucesor de Francisco es un digno representante de la Iglesia católica.
Es un papa cercano: en menos de 24 horas, todos los peruanos hemos visto u oído a alguien que conoce al papa. Abundan las anécdotas sobre interacciones directas con el sacerdote agustino Robert Prevost, hoy León XIV. Esa cercanía emociona y enorgullece, pero también debe ponernos en guardia. Si algo debe enseñarnos este inesperado momento de orgullo nacional, es que los símbolos no deben eclipsar la realidad. El Perú sigue bajo fuego: periodistas asesinados, una ciudadanía atemorizada, y un Ejecutivo que gobierna a la defensiva. Que la fe no tape la indignación. Que el fervor no silencie la urgencia.
No sorprende que tanto el Congreso como el Ejecutivo intenten ahora subirse al carro del fervor colectivo. Ambos poderes, desacreditados y enfrentados, ven en la elección de León XIV una oportunidad para oxigenarse ante una ciudadanía harta de su mediocridad. Circulan mensajes oportunistas, grandilocuentes y propuestas de homenajes. Pero que no nos engañen: los mismos que hoy aplauden al papa peruano son los que hasta ayer ignoraban —o incluso contradecían— los valores que él representa.