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A propósito de la discriminación en el fútbol, hay taras peruanas que debemos sacarnos de la cabeza. Por ejemplo, cuando decimos cholitos de cariño, cuando decimos negrito lindo, cuando preguntamos por el gordo bonachón, cuando saludamos al chato del barrio, cuando nombramos al flaco de la esquina, entre otras frases coloquiales que revelan diferencias personales.

En nuestro país, es común decir negro de cariño y también para ofender. Quien no lo ha dicho, al menos lo ha pensado. Sea cual fuese la manera de expresarnos de la gente recurriendo al color de la piel, considero equivocada esta forma de referimos del prójimo. Es nuestra cultura popular racista que no debemos heredarle a los pequeños.

La gente dirá que es una exageración no poder decir de cariño cholito, negrito, blanquito, flaquito, gordito, chinita, entre otros adjetivos calificativos, a sus seres queridos. Pero, si erradicamos los benditos diminutivos, creo que podemos evitar esta discriminación camuflada entre nosotros, además de sortear pleitos con quienes consideran ofensivos todo tipo de sobrenombres.

Hace un tiempo, un amigo de la universidad me comentó que, trabajando en el hotel de su tío, llamó “cholito” a un empleado para que lo ayude en las labores diarias. Los dos eran cuarteleros, el “cholito” ganaba más que mi amigo -porque solo colaboraba con la familia-, pero ese calificativo, que no era de desprecio, fue tomado a mal. ¿Por qué la ofensa? Pues, mi compañero de clases era de rostro claro, mientras el trabajador tenía rasgos mestizos.

El embrollo de mi amigo se hubiese evitado si es que este llamaba al empleado por su nombre y no por el diminutivo “cholito”, que los peruanos usamos -muchas veces con cariño y otras, con sincero desprecio- cuando desconocemos o nos olvidamos de los nombres de las personas. Mucha gente no toma como ofensa este calificativo, pero basta una minoría solitaria como para también respetar sus derechos.

Desterremos de una buena vez el llamar a la gente por sus rasgos físicos, creencias religiosas, políticas, culturales, entre otros aspectos; que en vez de demostrar cariño, refleja una supina ignorancia en la igualdad de las personas.