La historia se repite de manera trágica en aquellos países que han olvidado como recordarla. Existe una especie de amnesia colectiva que afecta a los que vivieron los hechos porque prefieren olvidar el dolor que padecieron. Y no solo eso, si se opta por sepultar los hechos, con más razón se ignoran las raíces del sufrimiento. Nadie quiere ahondar en lo más íntimo de su alma para salir asqueado y lo cierto es que la introspección que el Perú necesita no solo sería catarsis, también, muy probablemente, nos quitaría toda esperanza. Si no supiésemos que hay un destino para nuestro país, la desesperación sería una reacción normal ante la suma de nuestras desgracias.
El terrorismo intentó destruir el alma nacional. Cainita, fratricida, violento, radical, maniqueo. Todo eso fue Sendero Luminoso. Hay ideologías perversas, pero algunas son engendradas directamente en algún círculo del infierno. Sendero Luminoso estuvo a punto de lograr la liquidación de la democracia y la secesión permanente y los terroristas solo fueron derrotados con sangre, sudor y lágrimas. Muchas lágrimas. Es terrible que la juventud no comprenda la profundidad del daño que hizo Sendero, pero más increíble es que muchos se esmeren en maquillar las heridas del terrorismo buscando responsables allí donde solo hubo víctimas.
La gran tarea pendiente es recobrar la verdadera memoria histórica. El terrorismo supérstite, ese que se infiltra en las instituciones con halo sedicente, debe ser combatido con la misma forma que se usó en los noventa: con inteligencia. Se trata, por supuesto, de un trabajo hercúleo, difícil, pero posible. Aunque indignos, somos los herederos de aquellos que murieron peleando por la libertad del país. Nos debemos a su sacrificio, dependemos de su heroísmo, existimos por su amor al Perú. Nunca más. La libertad se defiende, no con oro, sino con hierro.