La segunda parte de “Nymphomaniac”, del danés Lars von Trier, tiene al igual la primera dos versiones preparadas por el cineasta, la internacional (123 min.) y la extendida (180 min.). Esta última, de estreno local, contiene ya no solo escenas de sexo explícito en las que se han usado dobles de cuerpo e invisible maquillaje digital, sino que viene con el agregado de una muy gráfica secuencia de aborto no recomendable a personas demasiado sensibles.

El maduro y solitario Seligman (Stellan Skarsgard) continúa escuchando atentamente las confesiones íntimas de la ninfómana Joe (Charlotte Gainsbourg), mientras esta se repone de sus heridas. La situación es más o menos la misma que en la primera parte, aunque es necesario señalar que el contenido de la conversación se va tornando más oscuro e inquietante en cada nueva revelación de la mujer.

La reflexión sobre los límites de la sexualidad adquiere aquí una dimensión más agresiva y violenta que en la cinta previa. Von Trier conduce a Joe hacia hacia el sadomasoquismo más duro, especialmente en una notable secuencia en que ella alcanza el máximo placer mediante una brutal sumisión. También la hace pisar el terreno de la ilegalidad al asociarla con un extraño sujeto (interpretado por Willem Dafoe) que la convierte en extorsionadora.

EL LADO MÁS OSCURO. Es justamente en esa exploración del lado más oscuro, perverso si se quiere, de Joe que nos topamos con otra significativa secuencia, que ocurre durante una de las incursiones que ella y dos matones llevan a cabo en la casa de un deudor (el francés Jean-Marc Barr), donde se revela su singular habilidad para descubrir la pedofilia del hombre torturado. Lo verdaderamente esencial e interesante de estas situaciones es que agudizan el propio conflicto emocional de la protagonista.

De pronto, el discurso y el metraje se sienten excesivos, como si la narración empezara a perder el ritmo y la fluidez. Sin embargo, la última media hora le permite a Von Trier recuperar el aliento, con Joe entregada a una suerte de relación 'maternal y sexual' con la juvenil P (Mia Goth), a quien se ha visto obligada a conocer y tratar para educarla como su sucesora en el mundo de la extorsión.

El realizador le da entonces un peculiar giro a la historia, en la que el impredecible destino le hace una jugarreta a Joe. Luego de ser agredida cerca de la casa de Seligman, el círculo de la historia se cierra y Von Trier orienta su relato hacia un abrupto -aunque no tan inesperado- desenlace que, en efecto, parece una absurda broma, pero no carece de lógica. El deseo se impone finalmente a la razón.

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