Los medios de prensa chinos reportan a tono de advertencia el parecer de Pekín respecto del próximo encuentro del presidente Obama con el líder espiritual tibetano Dalai Lama XIV. Pekín lo considera un político y no un líder religioso. Desde que huyó en 1959 en que fracasó una rebelión que encabezó con el propósito de acabar con el régimen comunista en China que se negaba al reconocimiento de la calidad de estado independiente, el Dalai Lama ha permanecido en Dharamsala, en India, donde, además, instaló su gobierno desde el exilio. Pekín siempre lo ha considerado un conspirador y por eso ha establecido un férreo control de los monasterios y templos en toda la Región Autónoma del Tíbet -ubicada en la parte suroeste de China con casi 3 millones de habitantes-, por los comités dirigidos por el gobierno comunista, y no como debería ser, liderados por los monjes tibetanos. Obama sabe del malestar que provoca en China este tipo de encuentros -en lo que va de sus dos períodos en la Casa Blanca, sería el tercero-. Para la prensa china, el presidente estadounidense estaría jugando con fuego, lo que podría resquebrajar la relación bilateral Washington-Pekín; sin embargo, China no está en capacidad de jaquear a Estados Unidos desde la dinámica del poder internacional ni siquiera como actor importante de las relaciones internacionales, que lo es. Lo que menos quisiera es congelar sus relaciones con Norteamérica a donde va la mayor parte de sus exportaciones. Los dos países actúan a discreción. Estados Unidos no vio con buenos ojos la alianza por el gas que Pekín hizo con Moscú, pero reconoce su nivel discrecional en los asuntos de Ucrania y Corea del Norte. En su encuentro con el Dalai Lama, Obama le recuerda a China que mantiene un asunto pendiente.