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La declaración de Marcelo Odebrecht, el jueves pasado en Curitiba, va teniendo los efectos del arsénico, un veneno que va matando paulatinamente causando un daño muchas veces imperceptible. Lo más reciente, lo de ayer, es lo más grave: la revelación de IDL-Reporteros con relación a que el empresario reveló que el presidente PPK fue nada menos que consultor de la firma luego de ser ministro de gobierno y que sus servicios fueron cancelados con la Caja 2, el dinero negro de la corrupción. La declaración tiene un impacto de efectos imprevisibles que alimentan las sospechas que han existido sobre el tema, en el último año, alrededor del Presidente. Primero, PPK nunca reconoció públicamente esa gestión. Es más, la ha negado tajantemente. Segundo, existe una marcada oposición del Mandatario a declarar sobre este y otros temas a la comisión “Lava Jato”. ¿Por qué tanta obstinación si a nada le teme? Lo tercero es la subrepticia amenaza que lanzó Eliane Karp el 5 de febrero de este año al propio jefe del Ejecutivo: “No me hagas hablar, yo sé lo que hiciste la última vez”. Una cuarta sospecha está relacionada con la falta de claridad que evidencian las declaraciones de Kuczynski cuando se aborda su papel como jefe de ProInversión y ministro de Economía en agosto de 2005, al momento de otorgarse la adjudicación de la Interoceánica Sur a Odebrecht. No descartaría tampoco una sutil lenidad desde el Gobierno para apurar la extradición de Toledo. A todo ello se suma la posible confirmación de que la propia campaña de Peruanos Por el Kambio, el 2011, haya sido financiada por la empresa brasileña. Sí, Odebrecht ahora y quizá Jorge Barata después están pegando donde más duele, en el centro exacto de la línea de flotación de un régimen: la gobernabilidad.

Una fila de nubes oscuras se cierne sobre el horizonte político del Perú y la devastación que traerá volverá a ponernos a prueba. Otra vez el país estará en juego.