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Hace dos años exactamente, Trujillo era el escenario de la caída del primer huaico de los siete que pasaron por la ciudad en una semana. Quisimos verificar cuánto se había avanzado en prevención recorriendo aquellos lugares dañados por el agua con barro y basura. La tarea se hizo fácil: cero.

En la madrugada de ayer, bastaron dos horas de lluvia para asustar a los trujillanos. Una intensa caída de agua trajo el ingrato recuerdo de aquel 15 de marzo del 2017. Tras una precipitación nocturna, mientras todos reposaban como otro cualquier día, las quebradas San Ildefonso, San Carlos y El León se activaron.

Lamentablemente, quienes no se activaron de la misma manera fueron las autoridades de turno. Pero dejemos ese episodio triste con su pobreza. Miremos nuestro presente y futuro. La impotencia de la ciudadanía muestra la deshonestidad profesional de quienes nos gobiernan desde julio del 2016.

Basta de reuniones para analizar cómo avanza la reconstrucción en el norte. Siempre llegan a la misma conclusión: el proceso está lento y la culpa la tiene “De Tin Marín de Do Pingüé; Cúcara, Mácara, Títere fue; yo no fui, fue Teté…”. Es decir, un lavamanos mismo Pilatos.

En una reciente entrevista a El Comercio, el flamante ministro de Vivienda, Construcción y Saneamiento, Carlos Bruce, ha dicho que debemos esperar unos meses para ver la aceleración del proceso de reconstrucción con cambios. ¡Oiga, señor, usted empieza mal! ¡Eso nos dijeron hace dos años!

Nos dijeron que esperemos cuatro años para tener ciudades más preparadas frente a los desastres naturales. Han pasado dos y parece que todo sigue igual. Acá, por ejemplo, hasta ahora no saben qué hacer con las quebradas que se activaron durante el 2017. Un día hablan de obras integrales y otro se rascan la cabeza cambiando de idea.

Falta un verdadero líder que cuadre a los malos funcionarios y a las desidiosas autoridades regionales a quienes el proceso de reconstrucción les ha quedado grande, tortuoso y difícil. Mientras tanto, parece que fue ayer y todo sigue igual.