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La prohibición de la reelección parlamentaria ha sido una de las iniciativas más polémicas del tradicional mensaje presidencial de Fiestas Patrias y será sometida a evaluación ciudadana en un futuro referéndum. El descrédito del Congreso como institución ha generado una corriente favorable a este planteamiento, que amerita un análisis detallado aun a riesgo de sonar impopular.

Estamos ante una propuesta que no ha sido examinada integralmente. Por el contrario, este planteamiento carece de antecedentes similares a los que buscan reformar el sistema de justicia. No hubo por ejemplo ni Ceriajus ni Comisión Wagner que lo sustente. No existe una razonabilidad técnica, solo de popularidad, y los políticos no debemos guiarnos por encuestas sino por lo que es mejor para el país.

Es una medida inadecuada por diversas razones: 1) restringiría la libertad de elección de los electores; 2) no aseguraría un mejor Parlamento; 3) la tasa de reelección congresal es muy baja; 4) la mayoría de congresistas involucrados en escándalos mediáticos no son parlamentarios reelectos; 5) se perdería uno de los incentivos que tienen los parlamentarios para preocuparse por mantener una conexión directa con los electores a los que representamos; 6) los congresistas carecerían de experiencia en técnicas legislativas y fiscalizadoras.

Estos planteamientos no son nuevos. Los mismos los expuse en Semana Económica en enero del 2013, tres años antes de postular al Parlamento. Hoy sigo pensando lo mismo. Las restricciones a las libertades de elección no solucionarán el problema y ni siquiera serán un parche efectivo. Un mejor Congreso solo será posible con una reforma integral que piense en mejorar su calidad y representatividad.

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