El presidente Pedro Castillo, por enésima vez, arremetió contra la prensa. Hace dos días se lanzó desde su púlpito como un vendaval, como una regimiento desbocado, como un boxeador que no tiene miramientos, para descalificar a los medios de comunicación y llamarlos mentirosos.
Frente a un grupo de licenciados de las Fuerzas Armadas cuestionaba y atacaba la labor de la prensa. Por cierto, era evidente que el jefe de Estado hablaba desde una posición de poder y se sentía envalentonado para controlar cualquier situación adversa. Sin embargo, era claro que lo único que quería era imponer un orden que sirviera a sus intereses. Un poco como que la libertad de prensa se adapte a sus deseos. Como los tiranos que cuando creen que algo se desvía, dicen “esto lo arreglo yo”.
Se nota que cada vez que tiene problemas, por su incapacidad o por sus vínculos con presuntos actos de corrupción, la emprende contra los medios, subvierte los ánimos de los presentes y hasta azuza contra los periodistas. Con prepotencia y a los gritos quiere instalar su idea que estamos coludidos con grupos de poder para destituirlo como si fuera algo real.
“Gracias a ustedes, la prensa, la población se entera de lo que ocurre en el país. Amenazarla y coactar su libertad de informar es de dictadores”, dijo ayer un congresista. Tiene razón. El avallasamiento continuo de las libertades solo lo pone en la ruta del totalitarismo y la dictadura.