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Los dados ya están rodando y nadie puede predecir lo que va a pasar con el país en las próximas semanas por la reedición cantada del pleito entre el Gobierno y el Congreso. Ambos señalan sus posiciones mientras los medios se prodigan en opiniones de constitucionalistas serios y de desconocidos que aparecen.

Los funcionarios públicos solo pueden hacer lo que la ley y la Constitución les permiten, y la Carta Magna le da al Presidente la posibilidad de disolver el Congreso bajo ciertas condiciones. Pero cabe preguntar si la presente cuestión de confianza está planteada en términos realistas. La carta del Premier pone un plazo y unas condiciones que hacen difícil pensar que puedan ser aprobados con una adecuada discusión y debate, al margen de si se está a favor o en contra. A ello se agrega la obligación impuesta de respetar la “esencia” de las iniciativas, sin que hasta el momento se haya podido explicar con éxito en dónde reside esa esencia en cada proyecto (máxime si un mismo artículo puede incluir varias normas. Ley no es igual a norma jurídica). Tampoco queda claro quién es el encargado de aplicar una criba a los textos resultantes. La Constitución no habla de eso. Lo que sí dice es que el jefe de Estado puede opinar sobre las leyes aprobadas, pero no puede decir nada sobre las reformas constitucionales. ¿Cómo se resolvería entonces el impasse? ¿Y si el Congreso vota a favor de la confianza pero aprueba solo la mitad de los proyectos como quiere el Ejecutivo y el resto no?

Es parte del juego político tratar de arrinconar a la mayoría fujimorista con el peso de las encuestas, las consecuencias de cuestionables decisiones, y promover su implosión por temor a perder sus curules. (¿Qué poder tiene Chávarry que su defensa justifica para algunos arriesgar sus curules y cuya caída es tan necesaria para otros que sustenta una cuestión de confianza?). En cualquier caso, el problema será al final el costo que ya se ve en varios sentidos. La urgencia es de actitudes responsables de todos para evitar que el país sea -con perdón del poeta- el dado roído “a fuerza de rodar a la aventura, que no puede parar sino en un hueco”.

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