El gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski se ha metido en un nuevo problema de impredecibles consecuencias por el que no podrá culpar a la oposición, pues la reunión de tres ministros, entre ellos el premier Fernando Zavala con el aún contralor Edgar Alarcón, es un disparo a los pies que abre un nuevo flanco para los cuestionamientos a una administración que debería estar centrada en atender los problemas del país y no en apagar incendios.

Es una lástima que, mientras la inseguridad hace de las suyas, la economía sigue fría, la corrupción campea en todos los niveles del Estado y la informalidad y falta de autoridad causan muertes a pocas cuadras de la Plaza Mayor, tengamos a un Gobierno que se sigue embarrando con el frustrado proyecto Chinchero, que a toda costa pretendieron sacar adelante a pesar de las dudas e irregularidades conocidas por el equipo presidencial desde tiempos de la campaña electoral.

El fujimorismo está planteando citar al premier Zavala al Congreso, y eso está

bien. Es trabajo del Congreso y su mayoría. A todo se sumarán las críticas por lo escuchado en la reunión, que los escuderos oficialistas ya han comenzado a

minimizar. Lo penoso es que, mientras se da todo este ruido, el Gobierno parece entrampado, sin un norte claro y condenado a ir perdiendo ministros por su obsesión por apuntalar el cuestionado contrato con Kuntur Wasi.

El propio Gobierno ha dado pólvora a la oposición y a los críticos en general para desconfiar de ministros y funcionarios, exigir cambios y, sobre todo, para reclamar liderazgo al presidente Kuczynski, quien tiene que darse cuenta de que estamos en una constante crisis política no por culpa de la oposición, sino por los propios errores de una administración que no llega ni al año de mandato, ya sumida en un gran desgaste.

Alarcón está con un pie afuera y parece que no anda muy dispuesto a irse solo porque el Gobierno se lo facilita al ponerse en bandeja. El presidente Kuczynski tiene dos opciones: o corrige la situación para que su administración deje de andar de tumbo en tumbo en escándalos cuando hay problemas graves que atender, o deja todo como está y pasa a la historia como el responsable de cinco años perdidos, los que se sumarían al olvidable mandato de Ollanta Humala.