La situación para Palestina no fue la mejor durante la administración de Donald Trump. Contando el exmandatario estadounidense a su yerno judío, Jared Kushner -casado con su hija Ivanka-, como su asesor, más allá de la comprensible alianza estratégica con Israel, Kushner, para mi gusto, un estratega en alza, fue determinante para el nuevo enfoque de EE.UU. con el Medio Oriente.

En efecto, Kushner posicionó a EE.UU. y a suegro presidente en su mejor relacionamiento con los países de esa región, logrando, primero, el más importante reconocimiento que Israel estaba buscando de la Casa Blanca: el estatus de Jerusalén como capital del Estado de Israel, y con ello, trasladando enseguida su embajada desde Tel Aviv hacia la histórica ciudad en Tierra Santa, sin importar la condena de la ONU por hacerlo.

Con ese marco empoderado para Israel, Washington dio inicio al proceso de normalización de sus relaciones con los países árabes y lo consiguió con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos y eso estuvo bien. La valla dejada por Trump y su yerno, al demócrata Joe Biden, en verdad que es alta y el nuevo presidente, queriendo emularlos, apunta a Irán -país islámico no árabe- como el próximo objetivo, considerando la herida abierta dejada por Trump a la muerte por dron del general Soleimani.

Siempre reitero que el negociador debe mirar a la ventana en medio del problema y si no la ve pues no es un buen negociador. Así lo creo, y más allá de los avances conseguidos por Washington, lo que no debe hacer el hegemón, es dejar para las calendas griegas a Palestina, hoy aparentemente en orfandad. Es cierto que las condiciones internas en el frente palestino no son las mejores, a mi juicio, desde la muerte de Yasser Arafat en 2004.

El presidente Mahmud Abbás, que ha convocado a elecciones para ser reemplazado (Mayo, 2021), no ha podido controlar al Hamas que tiene en sus manos y en las armas, el poder en toda la Franja de Gaza. EE.UU. e Israel, y los países árabes con los que ha estabilizado sus vinculaciones, no deberían olvidarse de Palestina y de su pueblo sufrido. Con el ojo en la ventana, entonces, Biden debe recordar que el arreglo de Palestina y del estatus de Jerusalén, son la final y mayor garantía para la paz permanente del Medio Oriente.

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