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La selección cayó ante Ecuador en una noche que estaba diseñada para convertirse en una fiesta. Los días previos al partido, muchos pensaban en lo que aquel día se conmemoraba, esa clasificación que tanta vida nos devolvió, ese sueño cumplido que parecía imposible. Pero, en ese trance de alegría típica como antesala de la fiesta, nos desorbitamos un poco, nos olvidamos de que jugábamos un partido, que habíamos colocado con marcada osadía en un segundo plano. Luego vino el “Bolillo” Gómez para bañarnos en halagos y nublarnos un poco más la vista. Al final, perdimos y nos aguaron la fiesta.

Pero esa fiesta, lamentablemente, tenía que aguarse. Nos centramos tanto en la dicha de esa clasificación que pasamos por alto muchos detalles, el hecho de habernos metido con lo justo a ese mundial, por ejemplo. Es verdad que nadie nos regaló nada, pero nos costó demasiado y en el torneo mismo no pasamos de la segunda fase. Sí, fuimos un emotivo espectáculo en las tribunas, pero eso no debería pasar de la simple anécdota, los fríos números nos golpean sin anestesia.

Y es que Perú nunca ingresó a una época de ensueño, no contó con una generación de lujo que lo llevó a una Copa del Mundo 36 años después, eso ni siquiera estuvo cerca de pasar. Perú se bañó con humildad, respeto y responsabilidad; corrigió las taras que parecían eternas y se hizo respetar al punto de alcanzar la clasificación; se superó ese trauma, el de la derrota recurrente. Si embargo, aquellos problemas concernientes a lo netamente futbolístico se mantienen. Gareca sigue buscando ampliar nuestro horizonte de jugadores, lo hace casi con desesperación. Acudimos a la recta final de jugadores que se nos hacían irrenunciables, pero que tendremos que dejar ir paulatinamente. Tendremos que asumir también el coste de tener a elementos claves de nuestro esquema en ligas menores, donde la exigencia es mínima y el choque de realidad, brutal.

Se perdió ante Ecuador en una fecha especial, pero fue una lección importante; no precisamente porque las derrotas tengan siempre algo que enseñarnos, sino porque muchos de nosotros mezclamos los futbolístico con lo emotivo cuando pensamos en esa clasificación y, si bien esto no es exactamente un error, lo cierto es que jamás debimos dejar de tener claro quiénes somos porque fue de esa manera que llegamos a romper con una racha nefasta. Hoy más que nunca toca no marearse porque no le hemos ganado a nadie. Es tiempo de empezar de cero con la rica base de un equipo que se sabe capaz, pero que no debe relajarse, mucho menos ahora.