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La noticia de su muerte, tremenda, inesperada, terriblemente dura, marcó una semana en la que, tras una multitudinaria despedida, su nombre se convirtió en leyenda. A Daniel Peredo lo lloraron todos, privilegio de pocos; su partida la sintió un pueblo entero, completito. Al periodista del sentimiento hecho a puro grito de gol, al cómplice de la esperanza recuperada, a un miembro querido de la familia, al buen hombre, a él se le lloró sin pausa. Peredo, a quien conocimos en sus inicios en la prensa escrita y durante los primeros años de su carrera que se vislumbraba exitosa, se le recordará porque además de haber sido un profesional de lujo, fue sobre todo una buena persona, virtud que en estos tiempos hay quienes se esmeran en olvidar. Peredo era el que saludaba a todos, no escatimaba el abrazo, estaba consciente de que era parte de un equipo, y menos era de aquellos que reafirman día a día eso de “mi palabra es la ley”. Era amigo de sus amigos, que eran los de siempre, no los de ocasión, tampoco presumía de su influencia y menos subía hasta el cielo ante los halagos. Eso se valora, eso se siente, a la gente no la engañan, y por eso el dolor ante su muerte. En épocas en la que hay quienes hasta se empoderan porque tienen miles de seguidores en las redes sociales, o los que empiezan a creer que están por encima de todos por ser líderes de opinión, a ellos hay que recordarles que los periodistas no son integrantes del show business, tampoco son estrellas inalcanzables, hacen su chamba y punto. Como la hacía Daniel Peredo, a quien siempre hay que recordar por eso. Esa es la esencia del oficio. Como escribió el escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez: “Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. Es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro”. Y vaya que amparado por el deporte más popular, el fútbol, Daniel Peredo se ganó al pueblo, a todos sin distinción. Comprendió que había que llevar a través de su voz todo esas ganas de triunfo reprimido durante años y se puso “de taquito” en el alma y corazón de todos los peruanos. A ricos, pobres, grandes, chicos, viejos, jóvenes, a todos los llevó de la mano a una aventura con final feliz. Pero no todo en la vida es completo. La escuadra blanquirroja sentirá su ausencia, los hinchas reclamarán inútilmente su presencia en Rusia 2018. Pero, tranquilos, arriba, en la mejor cabina, habrá transmisión de lujo: la del buen Peredo, que no nos perderá el rastro y nos ayudará a seguir soñando.

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