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Perú fue contundente y tradujo esa contundencia en goles. Apabulló a Chile con holgura y en ese partido, aparte de la historia, se empezaron a cambiar varias cosas que deben ser el punto de partida hacia la consolidación de un juego que nos defina. Es verdad que el rival estuvo diezmado, pero ese detalle no empaña en lo más mínimo el crecimiento experimentado a partir de esta victoria.

El gol, la razón de ser del fútbol, era una de las principales carencias de este equipo y ante Chile la supo remediar. No se puede negar en el primer tiempo, donde la superioridad de Perú fue quizá más palpable, la dificultad para meterla se hizo evidente, dos oportunidades desperdiciadas le restaban contundencia a un dominio innegable. Sin embargo, en el segundo tiempo se exhibió una eficacia que debe tornarse habitual.

Otro de los puntos en los que esta selección se fortalece es en su naturaleza solidaria, el equipo por encima de las individualidades. Los jugadores se conocen bien, se entienden en la cancha y esa solidaridad es la piedra de toque para que el crecimiento sea mayor. El autor de los dos últimos goles, Pedro Aquino, corre a celebrar con Renato Tapia, a quien acababa de reemplazar, en la selección no hay competencias, todos luchan por un bien común, todos apuntan hacia el mismo sentido, la selección termina siendo la protagonista y los nombres son solo eso, engranajes vitales que dan forma a una propuesta.

Aprendimos a vivir sin Paolo Guerrero a la fuerza y ante Chile nos habituamos a la ausencia de Jefferson Farfán también. Es ahí donde la solidaridad que prima en el grupo alcanza niveles más altos. Es en esos escenarios en los que más nos urge ser equipo y lo terminamos siendo. Nadie niega el aporte fundamental de ambos jugadores, pero su ausencia en estos momentos le está sirviendo a Perú y mucho.

La selección creció después de este partido y se quitó un peso de encima, una molestia que arrastraba desde aquella desafortunada pinta en el camerino del Estadio Nacional. Perú, con sobriedad, humildad y contundencia le tapó la boca a la soberbia, que en buena medida derrumbó a la generación dorada chilena. Perú se paseó con su rival de toda la vida, lo goleó, lo maniató, pero lo mejor de todo es que eso no fue lo más importante, lo mejor de todo es que está claro que esta selección todavía está lejos de su techo. El martes nos toca enfrentar a Estados Unidos y esperamos que el crecimiento se mantenga.