En la semana que acabó hemos visto palabras y gestos de insulto racial al por mayor. Es verdad que no es la primera vez que eso sucede en nuestra historia bicentenaria -Ricardo Palma, en siglo XIX, corrigiéndolos, lo resumió en su esclarecedora frase “El que no tiene de inga tiene de mandinga”-, solo que la magia de la tecnología del siglo XXI los registra y su impacto es innegable, más aún en una sociedad como la nuestra, cucufata, chismosa y prejuiciosa, como la calificaba Manuel Asencio Segura, y “del qué dirán” como decía J.C. Mariátegui al señalarnos como una sociedad de “rótulos y de etiquetas” al valorar a ciertos apellidos porque no solo “suenan” bien y dan status, sino que sus titulares tienen “presencia”.

Pero todo lo anterior, derivó del sistema de castas del virreinato, cuya herencia para la República no fue el orgullo de la raza, sino la negación social de nuestro mestizaje. Reconocernos como quechua, aimara, nativo o indígena, negro, moreno, zambo, mulato, blanco o mestizo, en medio de un país inicial sin política de Estado sobre nuestra diversidad, fue nuestra mayor tragedia. La carga histórica del conflicto racial nunca resuelto nos volvió una sociedad llena de complejos. Por eso hasta ahora decirle serrano al hombre andino sigue viéndose ofensivo y no por nacer en la sierra sino por la raza, por las facciones. ¿Alguien le diría serrana o chola a nuestra emblemática Chabuca Granda que nació en Apurímac hace 100 años?. Martha Chávez encontró la “idoneidad” de Zeballos en sus rasgos andinos, es decir, en su físico. Allí está la fractura que arrastramos y por la cual, además, muchos mestizos rechazan que lo sean. Decir “Soy serrano a mucha honra” no es verdad y no porque el andino se avergüence de serlo sino por el referido impacto del sistema de castas que lo doblegó, privilegiando la “pureza de sangre”. No nos reconocemos en nuestra diversidad, incluso hay quienes reniegan que no seamos racialmente homogéneos como los japoneses o los alemanes, y hasta están convencidos del deber intrafamiliar de “mejorar la raza”. Sin inversión profunda en educación, seguimos dominados por la gigantesca ignorancia que tanto nos divide.

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