El presidente Pedro Castillo está pagando –y al mismo tiempo el país– el alto precio de su demagogia y su irresponsabilidad por creer que sigue siendo un agitador de plazuela al que se le permitía decir cualquier tontería a fin de movilizar a los miembros de su sindicato de profesores, cuando en realidad ahora es el jefe del Estado y el llamado a ponerse al frente del país para solucionar sus grandes problemas, pues para eso lo eligió la mayoría de ciudadanos.
Ya se lo dijo meses atrás el congresista Roberto Chiabra. Le advirtió que antes de andar soñando con hacer una “revolución” o en “la patria grande”, debería preocuparse por que las amas de casa puedan dar de comer a sus hijos. Sin embargo, el mandatario siguió haciendo cualquier cosa menos gobernar con altura y rigor. Hoy, lamentablemente, el país se encuentra en una situación de gran convulsión y sin duda el único responsable es el profesor Castillo.
En lugar de gobernar con seriedad, el mandatario ha insistido con su discurso de división y de “lucha de clases”, en llenar el Estado de impresentables y buenos para nada que tienen todo parado, en entregar ministerios claves a grupos políticos dudosos para evitar su vacancia, en torpedear la inversión privada que genera empleo, en politizar el manejo de Petroperú y, en resumen, demostrar que su discurso en favor del “pueblo” no es más que una farsa.
El presidente debería darse cuenta que la gente quiere resultados, que exige mejoras en sus bolsillos, en sus condiciones de vida, en su día a día. Ya debería saber que con el floro barato de que “vengo del pueblo”, “soy campesino y rondero” y “no perdonan que un campesino esté en Palacio de Gobierno”, no se alimenta a la gente necesitada ni se cubren sus expectativas, y menos en un país devastado por una pandemia. ¿Ninguno de los miembros del “gabinete en la sombra” le puede hacer ver esto?
No se trata de “los ricos que marchan porque quieren vacancia” ni de los “pitucos de Miraflores y San Isidro”, sino del descontento de la gente más pobre que sale a reclamarle a quien largamente los ha defraudado. Una cosa es ser un “sindicalista básico” y otra ser presidente; una cosa es ser un candidato irresponsable que ofrecía lo que sea para ganar votos, y otra muy distinta estar al frente de un país golpeado que exige resultados desde el día uno. ¿Cuándo se dará cuenta de esto?