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No voy a añadir ni un adjetivo más a los que bien ganados tienen los señorones que habitan el Congreso de la República. Suficiente tienen con las pésimas calificaciones que consiguen frente a la opinión pública que es, casi, lo mismo que los ciudadanos que los elegimos. Es decir, el problema no es ellos, somos nosotros. Si la gente no quiere la reelección no es por la reelección en sí, sino porque no quiere ver a estos, en concreto, nuevamente sentados allí. En estos días, los operadores políticos -disfrazados de columnistas “aliados”- lanzan coros plañideros, como corresponde a las vísperas de todos los muertos, porque el fujiaprismo se siente acorralado, perseguido, descubierto, viendo caer a cada una de sus torres, alfiles, peones. ¿No han visto lo que ocurre en un panal cuando la reina está en jaque mate? El avispero ataca a todo el que se le pone delante, con los ojos cerrados. A mi modesto entender, que la justicia actúe contra la corrupción no es persecución política, es persecución del crimen. Y si esto ocurre como vemos es porque a la justicia no le ha quedado otra alternativa que portarse bien, pues con el escándalo del CNM y la banda “Los Cuellos Blancos del Puerto” neutralizaron a aquellos jueces y fiscales corruptos. De lo contrario, el blindaje sería mayor y la impunidad incontenible. Este trance es inevitable y necesario, y mientras más se prolongue -se resisten porque ellos mismos saben que se trata de su supervivencia- peor será el daño colateral sobre la economía y los terrenos sensibles a la inestabilidad política, las reglas de juego claras y una democracia con instituciones fundamentales independientes. Exactamente lo contrario a la forma como hemos venido viviendo.