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Se terminaron los ensayos y ya quedó todo listo para que la selección peruana afronte la mayor de sus pruebas en más de treinta años. Viendo las cosas con detenimiento y en retrospectiva, es casi imposible no afirmar que estamos hechos para sufrir. Cuando la clasificación ya era una realidad que nos costaba asimilar, el caso de Paolo Guerrero y la manera en que el asunto se manejó nos sumergieron en un estado de perpetua ansiedad.

Ese estado no varió sino hasta días antes de que la lista final para ir al Mundial se cierre. Parecía increíble, un segundo nacimiento, una nueva clasificación. Hoy estamos a seis días de que la pelota comience a rodar y la cantidad de lágrimas que en aquel momento comiencen a surcar rostros en todo el planeta será incalculable.

Se ha pasado por tanto, se recorrió un camino tan brutal, muchas veces mal asimilado porque no nos referimos solo a esta Eliminatoria, sino a todos los procesos que tuvieron que fracasar para que finalmente el dolor nos deje en paz, para que la alegría nos dé la cara, porque cada fracaso era nuestro y jamás la desdicha se pudo personalizar en un proceso, sino que se asimiló como propio. La selección fracasaba, pero el fracaso era de todos. Es por eso por lo que hoy, bajo los mismos preceptos, todos disfrutamos.

Arrancamos una etapa inédita, atípica, que nos embarga por completo. No tiene lugar pedir cordura, calma o sentido común, porque este Mundial es nuestro. No llegamos como los mejores, pero sí como un equipo, y eso, en muchos sentidos, puede ser suficiente.

Será poco menos de un mes sometidos a los designios de la pelota, veremos fútbol incluso cuando menos pensemos, consumiremos todo lo que haya por consumir y viviremos embobados, perennes de algo que nos seguirá pareciendo increíble a medida que se desarrolle.

Antes de llegar a este punto, le pedíamos al equipo de Gareca únicamente la alegría de clasificar, de poder estar presentes en esa fiesta de la que alguna vez fuimos parte. Hoy, ya en el Mundial, nos atrevemos a soñar con una campaña plagada de gloria que se apoya únicamente en los buenos deseos, mas no en la lógica. Podemos pecar de entusiastas, pero no de cándidos, si no reconocemos cómo llegamos hasta acá, pues no podremos avanzar más y nuestro espíritu crítico desvariará sin filtros.

Seamos realistas, que no es lo mismo que ser pesimistas; simplemente creamos en lo que somos y no soñemos con lo que no.