Pensemos en lo que deben estar sintiendo todos aquellos ciudadanos que creyeron en la Gran Transformación y que le dieron su voto al expresidente Humala con la esperanza de un país mejor. Es evidente que su gobierno decepcionó a gran parte de sus electores, pero ver las imágenes de su reclusión y la de su esposa es sumamente decepcionante, además de doloroso. La situación, sin embargo, es mucho más grave, como titulaba ayer un artículo de la BBC: los cinco expresidentes del Perú, que están vivos, tienen problemas con la justicia.

Lo que resulta paradójico es que solo poco más del 30% de peruanos dice estar informado sobre la política actual y el 65% declara que está poco o nada informado (según una encuesta realizada por GFK en mayo de este año).

Cabe preguntarse cómo puede no importarle a un país estar informado sobre política cuando buena parte de sus líderes tiene problemas con la justicia. La respuesta fácil es falta de educación o de medios para informarse. Podríamos por cierto culpar a esta gran masa desinformada de la situación que vivimos, ya que finalmente son estos votantes poco informados los que terminan eligiendo a gobernantes que, según parece, lo único que quieren es el beneficio personal.

Sin embargo, creo que este es un argumento facilista, que nos ayuda a limpiar nuestra conciencia y evitar ver una realidad mucho más dura y compleja de resolver. Los ciudadanos en el Perú hemos sumado decepción tras decepción, lo que nos ha llevado a un terrible estado de indiferencia y resignación, en el que todo político por definición es corrupto y busca su beneficio por encima del beneficio del pueblo; por lo tanto, no importa informarnos, no importa por quién votemos, no importa cuáles sean las autoridades, el resultado siempre será el mismo.

Combatir la corrupción es una tarea muy difícil, sobre todo en un país con poca institucionalidad y un Poder Judicial débil. Empero, emprender la tarea de reconstruir autoridades e instituciones y volverlas sólidas y veraces, para que los ciudadanos vuelvan a creer en ellas, es una gestión mucho más compleja y que tomará mucho más tiempo.

Solo hay una forma de poder iniciar este largo camino, y es que las personas con las capacidades y valores adecuados estén dispuestas a dejar la indiferencia y a comprometerse con el país, enfrentando no solo riesgos de reputación sino también de patrimonio, sobre todo para aquellas personas que no están dispuestas a transar. Parece que este es el único camino. Hoy tenemos dos alternativas: o sumirnos en la indiferencia, o buscar cambiar las cosas con los riesgos que esto implique. Si no nos involucramos, resignémonos a las consecuencias.