A Irán (persas chiitas), uno de los dos países islámicos más poderosos del Medio Oriente -el otro es Arabia Saudita (árabes sunitas)-, no le conviene desatar una guerra contra EE.UU., el hegemón del mundo. No solamente por su incontrastable inferioridad militar -el aniquilamiento selectivo del general iraní Qasem Soleimani en el aeropuerto de Bagdad, la capital iraquí, por un misil lanzado desde un dron, lo confirma- sino, además, económicamente no cuenta con recursos para poder solventarla dado que las sanciones del gobierno de Trump se han intensificado desde que el presidente neoyorquino tiró al tacho el acuerdo sobre un programa nuclear firmado por los países miembros del Consejo de Seguridad más Alemania e Irán durante la administración de Barack Obama, dejándolos prácticamente sin oxígeno.

Estas dos realidades explican por qué razón el régimen teocrático chiita de los ayatolas, que ha efectuado cerca de una veintena de disparos, ninguno ha sido certero en objetivos propiamente estadounidenses. Si observamos detenidamente veremos que los últimos ataques que siguieron al asesinato de Soleimani fueron cerca del lugar en que estaban acantonadas las tropas de EE.UU. en bases militares iraquíes o cerca de su embajada en Teherán. Pero al ayatola Jamenei, la máxima autoridad iraní, le interesa y mucho no transmitir la imagen de debilidad frente al enorme poder de Washington.

Con un frente interno bastante movido en el que las protestas ciudadanas por reclamos laborales se producen en cualquier momento, la idea de mostrarse belicista transmite carácter y decisión sobre todo para una población que es claramente antiestadounidense desde la Revolución Islámica de 1979; además, los iraníes saben que la Casa Blanca no reaccionará bélicamente mientras no haya bajas entre sus soldados y eso lo cuidan con rigor. Finalmente, saben que tanto China, más preocupada por recomponer su vinculación económica con EE.UU. luego de la guerra comercial que los enfrentó y desgastó, y ahora el coronavirus que los hace vulnerables, como Rusia, estresada por su condición deudora consumada en sanciones, jamás irían a una guerra sin rédito alguno. Por eso los lanzamientos son fallidos.

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