El dantesco incendio de la galería Nicolini nos ha hecho recordar que vivimos en el Perú. Un irresponsable e imbécil muchacho que derrama thinner, luego prende un fósforo para su cigarro e inconscientemente provoca fuego que él no puede apagar y que desencadena la tragedia.

Una empresa que se zurra en las leyes y construye ilegalmente contenedores en la azotea de un edificio para tener a unos muchachos “trabajando” en estado de semiesclavitud, reempacando fluorescentes chinos y falsificando productos Philips.

Dos muchachos -ya fallecidos- que por falta de trabajo se someten a empresarios delincuentes y por 30 soles diarios tienen que laborar encerrados y falsificando productos.

Un alcalde que no puede hacer cumplir la ley y que denuncia a los responsables cuando ya terminó la tragedia.

Un ministro de Trabajo que declara que el 70% de inspectores se dedica a perseguir a empresarios formales y no tiene personal para trabajar en contra de la informalidad.

Unos bomberos que exponiendo sus vidas de manera ad honórem tratan de apagar el fuego, rescatar a las víctimas, pero les falta trajes antifuego, mejores máquinas y agua.

Todo esto nos hace pensar que si bien podemos crecer económicamente, aún tenemos una buena cuota de informalidad, autoridades que no pueden hacer cumplir la ley, empresarios delincuentes y jóvenes que por necesidad e ignorancia se convierten en cómplices del delito.