Es necesario apoyar la iniciativa congresal de eliminar de una buena vez las prefecturas y subprefecturas, entidades anacrónicas e inservibles que en la práctica son usadas especialmente por este gobierno para dar empleo a los amigos, pagar favores de campaña y satisfacer la necesidad de “poder” de algunos personajes. Esta situación no es de ahora, pero en la actual administración el asunto se ha hecho escandaloso.

Las funciones de los prefectos y subprefectos –en teoría representantes del presidente de la República– son ínfimas. Lo poco que hacen, tranquilamente lo puede efectuar el gobierno regional o incluso la jefatura policial. Así se ahorra el costo de los locales que ocupan y el pago de planilla de estos personajes y de quienes laboran a su lado. Si la idea es tener un Estado más eficiente y despejado de tanto burócrata, estas dependencias deberían desaparecer en el acto.

En los últimos meses, en medio de la tempestad por su ineptitud y nexos con la corrupción, el gobierno del presidente Pedro Castillo ha echado mano a los prefectos y subprefectos como “base de apoyo” a su administración. El profesor cree que estos personajes a los que paga con recursos públicos y hace sentar en Palacio de Gobierno para que escuchen su trillado discurso de “campesino y rondero”, son su barra brava de incondicionales que atemorizan a los críticos.

Además, cómo será de malo el uso de las prefecturas y subprefecturas en este gobierno, que en ellas encontramos por estos días a gente allegada al Movadef, que no es otra cosa que el rostro actual de la banda terrorista Sendero Luminoso. Sí, el presidente Castillo y sus sucesivos ministros del Interior dan empleo a cambio de “apoyo político” a quienes reivindican a Abimael Guzmán y han acabado con la vida de miles de peruanos. Así estamos.

Por todo esto, el pleno del Congreso debería erradicar de una vez a estas dependencias antediluvianas que no sirven para nada. Por ejemplo, estimado lector, ¿conoce usted el nombre del prefecto de Lima o qué función tiene? Yo tampoco. Si Castillo quiere pagarles un sueldo a sus amigos y ayayeros para que vengan a la capital a aplaudirlo, que lo haga con su plata o que le pida prestado a los sobrinísimos o a los chotanos que se ganaron la “lotería” con este gobierno.

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