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El fujimorismo ha dejado más o menos en claro que son sus miembros los llamados a presidir el Congreso. Muchos analistas han señalado lo mismo, reafirmando la idea de que si bien PPK ganó el Ejecutivo, Fuerza Popular ganó el Legislativo. De hecho, se ha llegado a afirmar que sería antidemocrático que el presidente del Congreso pertenezca al oficialismo.

No queda duda de que si solo se tratase de votos, con los 73 legisladores que tiene el fujimorismo el tema está zanjado. Pero también es cierto que la democracia es más que el simple conteo de votos y que en el Perú existe la costumbre de que la presidencia del Congreso, sin importar la mayoría parlamentaria, recae sobre el partido de gobierno, al menos en el primer año. Tal vez el ejemplo más ilustrativo implica al mismo fujimorismo: en 1990, Cambio 90 ganó el Ejecutivo, pero en el Congreso, tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, fue la tercera fuerza política (tal como le ha sucedido a PPK en esta elección). A pesar de ello, durante el primer año el fujimorismo presidió ambas cámaras, con Máximo San Román y Víctor Paredes. De igual forma, durante los primeros años de los gobiernos de Toledo, García y Humala, el Congreso siempre fue presidido por el oficialismo, sin que necesariamente haya tenido mayoría.

Como se ve, tener mayoría en el Legislativo no es razón única y suficiente para definir la Mesa Directiva. La política está constituida por gestos y por la búsqueda de escenarios que ayuden a la gobernabilidad del país. Al menos esa actitud es la que marcó la designación de la Mesa Directiva durante las últimas décadas, y la nueva mayoría fujimorista daría un buen mensaje si la mantiene.