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Hay varios conceptos y maneras de ejercer el periodismo que no se agotan en frases ingeniosas ni en los clichés que nos pueden hacer quedar bien en redes sociales. El reciente Día Mundial de la Libertad de Prensa sirve de excusa para una pequeña reflexión sobre lo que hemos estado haciendo.

En las discusiones, una de las primeras cuestiones que surge es si debe existir una barrera de entrada que garantice el buen ejercicio. ¿Puede ser ejercido solo por gente formada en periodismo o comunicación dejando otras disciplinas afuera? Creo que no. Una de las riquezas de esta profesión es que está muy ligada al ejercicio de un derecho fundamental como es la libertad de expresión, lo que no significa que se pueda ejercer libérrimamente, sin mayor control. Y ese el quid. La legitimidad del periodismo está en su ejercicio. 

Los problemas de credibilidad no tienen tanto que ver con la tecnología, los nuevos formatos o la carrera estudiada, como con la manera en que se ejerce, con la responsabilidad que tiene cada periodista con lo que publica y frente a su público. Cada vez que elegimos en qué pagina enterramos la nota que no nos gusta; cuando rebuscamos la palabra para no dar crédito al político con el que no estamos de acuerdo; cuando llamamos al analista que ya sabemos que dirá lo que nos conviene. 

Cuando investigamos con fruición solo a una parte de los involucrados en corrupción o nos entregamos a ejercer el “periodismo activista” que nos ciega completamente y castra nuestra obligación de dudar. Todas son formas de manipular que hacemos pasar por objetividad, que pagan el día pero que a la larga restan credibilidad. 

Y es que a los periodistas en general no nos gusta rendir cuentas, y creemos que el rating o los estudios de audiencia y lectoría son juzgadores válidos de la prolijidad de nuestro trabajo. ¡Qué me vas a criticar tú si a ti nadie te ve! 

Esto se refleja en la disparidad de ONGs, asociaciones, colegios profesionales, que “evalúan” el ejercicio deontológico con criterios solo aplicables a sus asociados, sin dejar de mencionar los que forman los medios de comunicación, que -ojo- no son los periodistas. Discutir en serio sobre nuestra responsabilidad es tarea complicada, nada pacífica, pero vale la pena. El periodismo no puede ser una profesión de gitanos.