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Todos comentan, en mayor o menor medida, el discurso político de Keiko Fujimori estrenado en Harvard esta semana, pero pocos probablemente sepan que este cambio de estrategia viene operando discretamente desde hace meses. Primero con consejeros de la edad de Keiko que hoy influyen en ella como no lo pueden hacer otros representantes de la “guardia dorada” de los años 90. Salvo Ana Vega, exfuncionaria de Palacio de Gobierno que es su brazo derecho desde hace más de 15 años (y opera como filtro respecto de congresistas y temas de la bancada), figuras como Pier Figari y “Micky” Torres (hijo del fallecido exministro Carlos Torres y Torres Lara), además de su esposo, Mark Villanella, conforman un anillo de influencia con menos ataduras con el pasado de lo que les gustaría a una Martha Chávez, Alejandro Aguinaga o Luz Salgado.

Súmese a ello las citas que ha mantenido la hija de Alberto Fujimori con varias personalidades críticas de la gestión de su padre y del legado fujimontesinista. Fernando Rospigliosi no fue el único que aceptó tomarse un café con ella y es evidente que Keiko extrajo conclusiones sobre lo que debe hacer para acercarse a sectores que desconfían de ella. Porque es a estos -y no al activismo antifujimorista o caviar- a quienes lanza su anzuelo cuando define positivamente a la Comisión de la Verdad (CVR) o condena las esterilizaciones forzadas, para indignación de sus seguidores más acérrimos.

Keiko pretende evitar la ruta que la condujo a la debacle electoral de 2011. En esa vía, Alberto escribió en marzo una carta en la que reconoció a su hija como única lideresa y pidió a sus seguidores apoyarla sin condiciones. Así, estamos ante una muestra más de pragmatismo político. ¿Funcionará su estrategia? Se sabrá si acaso la consolida con hechos concretos, como convocar a figuras independientes y nuevos voceros dejando atrás -como se anticipa sottovoce- algunos rostros identificados con Alberto y el “Tío Vladi”. Realpolitik, le dicen. A ver cuántos se la compran. 

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