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Un periodista (José Yactayo) descuartizado y sus restos regados entre Lima y Huaura. Una cantante folclórica (“La princesita del Marañón”) estrangulada por su novio y arrojada en una maleta por las faldas del Pasamayo. Un estudiante (Luis Ramírez) cruelmente asesinado por una chica que conoció a través de Tinder y cuyo cuerpo fue abandonado en una bolsa en SJL. Una inocente joven (Eyvi Ágreda) quemada en un bus público por un acosador que se creía su dueño, al punto de matarla. Una terramoza drogada y violada en un ómnibus por los dos choferes, en la ruta Arequipa-Lima... Y ahora la muerte de Juanita Mendoza a manos de su excuñado, quien le roció gasolina y prendió fuego en Cajamarca.

Estos son solo algunos casos, porque la retahíla de sangre viene desde hace varios años y es extensa. ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué nos hemos convertido en un país salvaje, donde las modalidades de crimen cada vez son más inhumanas y la violencia contra la mujer, sobre todo, va en aumento?

Gandhi decía que “la humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia” y que “ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”. Dicho de otro modo, la pena de muerte que tantos piden a gritos -algunos políticos por mero figuretismo o protagonismo- no solucionará esta atmósfera asesina que nos rodea.

Lo que necesitamos es una refundación como sociedad, y eso implica lidiar desde abajo, desde la familia, para que, por ejemplo, acabe la degradación de la figura femenina y, por otro lado, tengamos un cuadro punitivo que no permita dilaciones ni contemplaciones con el delito.