Mientras las conversaciones en Ginebra buscan allanar el camino para acabar definitivamente con el conflicto que ha ensangrentado Siria por espacio de cinco años sin solución a la vista concreta, Moscú acaba de anunciar el retiro desde hoy martes de sus tropas apostadas en Damasco. Está claro que la presencia militar rusa se ha debido a la alianza entre el gobierno de Putin y el régimen de Bashar al Assad, al que los rebeldes e importantes sectores de la oposición al tirano presidente buscan derrocar o expulsarlo del poder en ese convulso país del Medio Oriente. Para Rusia la labor de mediatizar e impactar significativamente al Estado Islámico ha dado los resultados esperados por lo que, conforme lo acordado, es tiempo de iniciar la retirada. No estoy seguro de que provoque júbilo en el dictador ver partir a los rusos que eran los que solventaban algún nivel de protección a su permanencia en el poder. Los rusos no quieren entorpecer las negociaciones en Ginebra y parece que la decisión de Putin tendría alguna conexión con lo que se ventila en la mesa en Suiza. En el marco de la tregua acordada por Moscú y Washington muchas cosas se quieren alcanzar en poco tiempo, pero eso es imposible. Siria está devastada y la recomposición del país no será cosa fácil ni inmediata. El hermetismo cunde en las esferas del gobierno sirio y los recalcitrantes sectores contrarios al régimen buscarán aprovechar la salida moscovita para volver a promover decididamente que acabe el gobierno. Queda claro que una paz auténtica en Siria solo será posible con un Assad dando un paso al costado, de lo contrario Damasco colapsará y se convertirá en un Estado fallido.