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Ha llamado la atención la confirmación de que el papa Francisco ha dirigido una carta al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en relación a la situación en el país llanero. Lo trascendido a los medios de comunicación cuida de no calificar nada respecto de lo que el Sumo Pontífice asume por “la situación en el país”; sin embargo, no hay que hacer muchos esfuerzos para intuir el sentido de las palabras del Santo Padre. Lo relevante aquí es la evidencia de la acción sin desmayo de la diplomacia vaticana que no se detiene en sus preocupaciones por los conflictos políticos en diversas partes del mundo. Conociendo la histórica postura de la Iglesia en estos temas y que está fundada en la discreción y la prudencia, será fácil deducir, entonces, que el papa Bergoglio ha cuidado muchísimo de que su nota epistolar no tipifique como una intromisión del Estado Vaticano en los asuntos internos de Venezuela. Maduro ha tenido reacciones desenfrenadas que lo han terminado por descalificar como jefe de Estado. Pero Maduro no es tonto y no creo que quiera enfrentarse al Papa sudamericano que, además, como hombre de Estado y como pastor universal, goza de un enorme reconocimiento mundial. Con un comportamiento cuestionado por grandes sectores, Maduro, entonces, tomará con pinzas cualquier cosa que le pueda decir el Papa a tono de una hipotética llamada de atención por la complejísima crisis que se vive en ese país. El Papa no se detiene en su objetivo de allanar la paz en diversas partes del mundo donde ha actuado con resultados exitosos, como es el caso de lograr el acercamiento entre EE.UU. y Cuba. Es verdad que no es la primera vez que Francisco le hace saber a Maduro su parecer y por ello hay quienes tienen la esperanza de que Maduro reflexione sobre el contenido de la carta y cambie. Yo no.