En el Perú -país muy bello- el ciudadano constituye el foco o centro de atención de muy pocos y lamento decir, que mucho menos de las autoridades que son elegidas por voto popular. Somos un país exótico en el que, para muchos, la “burocracia” es sinónimo de “Estado” y la “corrupción”, sinónimo de “éxito económico y poder”. Julio Verne decía que es más sabio asumir lo peor desde el principio y dejar que lo mejor llegue como una sorpresa.

Pasan muchas cosas curiosas y malas en el país, y muchas veces no las notamos sino hasta cuando tenemos oportunidad de comparar y contrastar nuestra realidad con aquello que ocurre en países más desarrollados. Acostumbramos a maltratar a nuestros propios ciudadanos, por ejemplo, obligándolos a hacer interminables colas para ser atendidos en distintos espacios públicos, o haciéndolos ir y venir -una y otra vez- para concluir algún trámite incomprensible o irracional.

Decía una periodista extranjera, que vivió más de un año en nuestra capital, y con singular realismo, que: “…Perú es el único país, donde un funcionario público te responde “ya le voy a hacer el favor”, cuando no se trata de favores, se trata de que cumplan con su trabajo, pues a ellos se les paga con los impuestos que se recauda de los ciudadanos; por lo tanto, no es un favor o ayuda, es su deber”. Y seguía en su amarga reflexión diciendo: “El Perú es un país prostituido, lleno de corrupción, de mentiras, de bajos instintos, donde no hay conciencia ni remordimientos, donde el sistema judicial no funciona, por lo tanto, no existe justicia; donde el dinero puede comprar hasta jueces, fiscales y testigos.

Donde debido a la cultura de desconfianza, hay reglamentos estúpidos y retrógrados. Perú, el país donde un delincuente común pasa por encima de los derechos humanos y civiles de un ciudadano y el criminal recibe apoyo de organizaciones internacionales abogando por sus “derechos humanos” y el sistema lo premia con abogados gratuitos. ¡Qué ironía! Lo que veo es un Perú totalmente burocrático, lleno de leyes sin sentido, sumergido en un caos y sin rumbo, ya que no existe moral o conciencia de lo correcto o incorrecto; así, les aflora su instinto de sobrevivir aplicando “la ley de más vivo”. ¡Qué pena por el Perú! país tan bello! Ojalá que la ironía del destino nos regale la sorpresa de convertirnos, algún día, en un mejor país para nuestros propios ciudadanos y para los ojos frustrados de quienes hoy nos miran desde el exterior.