El anuncio de que la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) tendrá a partir desde la presidencia protémpore de Venezuela es una mala señal para la región. La política exterior del chavismo ha ideologizado las relaciones exteriores. Eso es algo que los Estados nunca deben hacer mirando el frente externo de sus intereses. La política exterior contaminada por el imperio de los apetitos hasta de carácter personal, como ha sucedido en repetidas ocasiones con Nicolás Maduro, desnaturaliza y colisiona con la acción externa llevada adelante por la diplomacia. El rol de Unasur en los últimos acontecimientos en países de América del Sur ha sido una completa vergüenza. Con estrepitoso carácter omisivo cuando correspondía alzar la voz de protesta para la defensa de la democracia en nuestros países o expresa y decidida acción en favor de algún Estado en que se hayan violentado los derechos básicos (en ambos casos ha quedado el registro de la situación pasada en Honduras y Paraguay, por ejemplo), Unasur ha terminado severamente cuestionado. Creada en la ciudad imperial del Cusco, en diciembre de 2004, en el marco de la III Cumbre Sudamericana, sus 12 países miembros tuvieron como prioridad e ideal máximo la integración de la región a todo nivel, lo que por supuesto hoy no existe. Unasur debería concentrarse en las prioridades de la región antes que responder a los cálculos políticos. La próxima presidencia llanera, entonces, resultará una completa impertinencia e incompatibilidad con los ideales de Unasur pues Maduro, que se resiste a dejar el poder -está completamente desgastado-, es un muy mal ejemplo para la unidad en la región que él mismo ha minado.