A poco de cumplirse 5 años de la nefasta guerra interna en Siria, han sido EE.UU. y Rusia, que están involucrados hasta los huesos, cada uno con sus intereses de siempre, los que han llegado a un acuerdo de un alto el fuego entre las fuerzas del gobierno y las de la oposición. Es verdad que el régimen de Bashar al Assad acaba de anunciar su aceptación del cese de las operaciones de combate, pero también lo es que no tenía otra alternativa. El tirano gobernante confía en el poder e influencia de Rusia y este en la reciprocidad de los sirios para permitirle su posicionamiento geopolítico en la región, todavía una deficiencia moscovita que no lo es para Washington al contar con importantes aliados logrados en varias décadas. La tregua ha sido prevista a partir del sábado 27 de febrero; sin embargo, su cabal cumplimiento es aún incierto. La razón es que el acuerdo entre Washington y Moscú excluye del alto el fuego al Estado Islámico y al temido frente al Nusra, grupos extremistas que han venido promoviendo una ola de violencia estructural en el país. No todos los actores en medio del conflicto pueden ser involucrados en la tregua. Existen actores convencionales, es decir, aquellos que aceptan las reglas del mantenimiento de la paz que pregona la ONU y los que no consideran nada, que son los grupos terroristas o actores no convencionales donde se ubican el EI y al Nusra. Ya van más de 260,000 muertos desde que se inició el conflicto y son cerca de 11 millones de desplazados y refugiados, que han debido cruzar las fronteras del país buscando salvar sus vidas. La tregua es buena, pero puede excitar las acciones por parte de aquellos que no han sido considerados en ella.