En el libro Patas Arriba, del escritor recientemente fallecido Eduardo Galeano, hay un recuadro que lleva como título: Crónica Familiar. “A Nicolás Escobar se le murió la tía más querida .Ella murió mientras dormía, muy tranquilamente, en su casa de Asunción de Paraguay. Cuando supo que había perdido a su tía. Nicolás tenía seis años de edad y miles de horas de televisión. Y preguntó. ¿Quién la mató?”, dice el párrafo. Ante cualquier muerte, la idea instalada en el niño es que fue un asesinato.

Me hace recordar cuando veo los noticieros acompañado de algunas personas y al aparecer un congresista con su voz desgañitada en la pantalla, la mayoría se ve directamente amenazada y dice: “cambia de canal, no quiero oír a ese ratero” o “saca a ese estafador, vamos a ver otra cosa”. A priori se juzga que el parlamentario es un personaje nocivo. La idea instalada en la gente es la peor sobre estos políticos.

El último escándalo, en el que cinco congresistas del fujimorismo viajaron a Puno, con recursos del Estado, para participar en una actividad partidaria, solo demuestra que la imagen del Parlamento continúa cayendo en una interminable espiral autodestructiva.

Sabiendo que vivimos en un mundo de la inmediatez, en el que se olvida todo muy pronto, y que en el Congreso las comisiones investigadoras se alargan sin resultados vaya a saber uno hasta qué fecha, los parlamentarios mantienen un pacto perverso y se unen para sobrevivir a esta crisis. Ellos son conscientes que si bien necesitan de la gente, necesitan muchísimo más de sus colegas para gozar de impunidad. De la población ni se preocupan, creen que tolera desidias y conductas deshonestas.

Estos tipos ensucian la política. Parece que crean estas condiciones para que los capaces, correctos y honrados se desanimen y no se metan en política. Quieren estar ellos solos, desprovistos de ideales, valores y afán de servicio a favor de los peruanos.